Pelo en los pezones

Tenía pelo en los pezones. Era hermosa, hablaba con un acento líquido, extraño, precioso. Llevaba una blusa blanca que le desnudaba los hombros. Una cadena de plata muy fina con una S que penduleaba entre sus tetas. Cuñas de madera que remarcaban su altura, endurecían sus gemelos, la hacían aún más inasible. Tenía dulzura en los gestos, tenía una vampírica sonrisa, tenía las mejillas encendidas como el dedo de E.T., tenía las clavículas como dos columpios y una ensortijada melena en torno a sus areolas. Seguir leyendo



Cuando se averió el Seat 127 de mi padre de camino al colegio y tuvimos que empujarle mi hermana y yo para que volviera a arrancar, grité: “¡Vaya mierda de coche viejo tenemos!”. Mi padre, muy serio, mientras trataba de dirigir el volante con medio cuerpo metido en el coche, y el otro medio ayudando como podía, arrastrando la pierna como si montara en una patineta ortopédica. 



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